La batalla de Aljubarrota, la Guerra de los Cien Años en la península ibérica

[No recordaba nada de esta batalla hasta que Hilary Greenland, arquista y secretaria de la Society for the Promotion of Traditional Archery, me la señaló como una de las pocas ocasiones en donde se vieron arcos longbow ingleses en la península ibérica. Lo que descubrí fue mucho más allá de este simple hecho y espero que disfrutéis del viaje como yo lo hice. Una exposición pública de este material en forma de charla tuvo lugar en abril de 2018 en Taunton, Inglaterra, con motivo del evento arquero Tirada de San Jorge, de la citada SPTA.]

[Nota: todos los nombres propios aparecen en su versión castellanizada salvo los portugueses, para los que he respetado su forma original para facilitar la lectura del relato]

En el año 1385, concretamente el 14 de agosto, tuvo lugar un hecho muy notable en la península ibérica. Los ejércitos portugués y castellano, cada uno con sus aliados, se enfrentaron al sur de la localidad de Leiria, hoy Portugal, para resolver de una vez por todas las ansias de independencia del frágil estado portugués (unos buscando cimentarla y otros con el deseo de hacerla añicos).

En España apenas se habla de esta importantísima batalla, muy probablemente por dos motivos:

  • El ejército castellano, muy superior en número, sufrió una inesperada y humillante derrota que permitió que el estado de Portugal se consolidara finalmente en la península ibérica.
  • Se suele dedicar mucho más tiempo a estudiar los acontecimientos vinculandos con la mal llamada "Reconquista".

Ambas razones tienen en común la percepción de la sociedad española de que esos habitantes del siglo XIV "éramos nosotros". El auge de los nacionalismos del siglo XIX en toda Europa, además de provocar un buen número de guerras culminando en la inefable I Guerra Mundial a primeros del siglo siguiente, ha conseguido dejar un legado en los libros de texto de historia que nos unen con el pasado mítico y autojustificante de las naciones estado actuales. Y ese pasado mítico, en casi todos los países europeos de la actualidad, vuelve la vista hacia la Edad Media, aunque sea a una Edad Media mitificada.

Por eso, hechos destacables como la batalla de Aljubarrota apenas se conocen en España porque no interesa recordar una derrota humillante (entendida como propia[1]) que consolidó a nuestro actual país vecino y, al mismo tiempo, resulta fácil dejarla a un lado cuando el material de la época permite a esos mismos "compatriotas del espacio tiempo" centrarse en hechos de mayor orgullo como la asfixia del Reino de Granada o la expansión del reino de Aragón por el Mediterráneo.

Evidentemente, en Portugal sucede todo lo contrario, es una batalla muy reconocida por casi todo el mundo, fuente de orgullo nacional (con los mismos 630 años de distancia, que se dice pronto) y celebrada con recreaciones del evento todos los años. Podéis consultar una maravillosa colección fotográfica de la recreación de 2018 en este enlace.


Carteles e invitación para participar en la recreación. En la foto central posan dos amigos de la SPTA, inglés y portugués. En la foto derecha la recreación cerca del histórico lugar.

Y es una pena porque lo que sucedió en esa batalla fue algo especialmente atractivo desde el punto de vista político y militar y más aún si incluimos los años previos, que es lo que haré en esta primera parte que bien podría haberse titulado "el bodevil".

Por qué es tan importante esta batalla

Independientemente de compartir el contexto geopolítico previo la batalla y la batalla en sí, también quisiera recalcar los cuatro elementos que hacen de esta batalla una particularmente reseñable.

  • Aseguró la independencia de Portugal como estado frente a las pretensiones de Castilla.
  • Jugó un papel fundamental en la relación anglo-portuguesa. El Tratado de Windsor, el más antiguo aún en vigor, se firmó un año después, en 1386.
  • Contribuyó a explorar nuevas tácticas militares de la época, como arqueros y caballeros a pie contra carga de caballería.
  • Fue una suerte de Batalla de Crécy exportada a territorio ibérico, con ingleses y franceses luchando al lado de portugueses y castellanos.

Contexto geopolítico en Europa en 1385

Éste es el aspecto que tenía el oeste y centro de Europa en 1385.


Fuente: GeaCron

Se pueden apreciar con claridad algunos aspectos notables:

  • La península ibérica contaba con cinco reinos establecidos; Portugal, Castilla, Aragón, Navarra y Granada. Las fronteras eran estables (en la península) desde 1329 y lo seguirían estando al menos setenta años más.
  • La Guerra de los Cien Años entre los ingleses y los franceses ya llevaba una cincuentena y aún le quedarían 65 años más. Evidentemente, entonces no se conocía así a ese periodo. La zona de Gascuña estaba al servicio de la corona inglesa, región superviviente de la pérdida de buena parte de los territorios franceses tras la batalla de Chiset en 1373.
  • El Sacro Imperio Romano gozaba en estos tiempos de cierta estabilidad tras la dinastía de los Staufen y su nuevo modelo de elección de emperador.


Fuente: GeaCron

En otra vista, empleando líneas temporales superpuestas, se pueden apreciar las evoluciones de los cinco reinos que participaron en la batalla de Aljubarrota. En Inglaterra reinaba Eduardo III de la casa de Plantegenet mientras que en Francia hacía lo propio Carlos VI de la casa de Valois. En la península teníamos a Juan I de la casa Trastámara reinando en Castilla, Pedro IV de la casa de Barcelona en el trono de Aragón y un recién estrenado (y aún dudoso) João I de la casa de Avís en Portugal.

Por cierto, aparecen las batallas de Crécy y Poitiers en sus momentos correspondientes, 1346 y 1356, en donde los ingleses ya habían empleado con éxito sus novedosas tácticas de arqueros, soldados y caballeros desmontados frente a la caballería enemiga. Esto será fundamental para entender la batalla de Aljubarrota.

Los años previos a la batalla

Este relato es fascinante, o al menos a mí me lo pareció, confío en que os merezca la pena no saltar directamente a la sección de la batalla.

En los años previos a la batalla en 1385 Portugal y Castilla habían estado guerreando con cierta frecuencia debido a disputas sobre el trono, cada uno reclamando para sí ser el legítimo heredero del otro reino. En 1380, para facilitar la llegada de más tropas aliadas de Portugal, se acordó que la única hija de Don Fernando de Portugal, Doña Beatriz, se casaría con Eduardo de Langley, el hijo del Conde de Cambridge. Este acuerdo permitió que por primera vez en la historia, en 1381, tropas inglesas pisaran suelo potugués, concretamente 1000 arqueros y 2000 soldados que vinieron en unos 48 navíos.

El problema fue que Don Fernando, que estaba preparando un asalto a Castilla con ayuda de estas tropas, "remoloneaba" demasiado para el gusto de los ingleses allí estacionados y no permitía que esas tropas pudiesen obtener jugosos botines en sus escaramuzas al otro lado de la frontera. Una y otra vez les comninaba a que esperaran a que pudiera reunir una fuerza suficientemente grande pero los ingleses empezaban a impacientarse y más con el invierno aproximándose, cuando la "temporada de guerra" se detiene. Así que empezaron a actuar por su cuenta, incluso cometiendo flagrante insubordinación, y cruzando la frontera para tomar pueblos castellanos fronterizos pobremente defendidos. Lo cierto es que obtuvieron alguna pequeña victoria contra tropas castellanas pero a ojos de Don Fernando esto empezaba a irse de las manos así que a través de sus superiores ingleses se les ordenó tajantemente que bajo ningún concepto cruzaran la frontera y atacaran posiciones castellanas hasta nuevo aviso.

Lo que sucedió a continuación casi me provocó una carcajada en el Salón General de la Biblioteca Nacional. Los ingleses dejaron inmediatamente de atacar posiciones castellanas, como les habían ordenado, pero decidieron entonces ¡atacar posiciones portuguesas! Así es, hicieron su particular chevauchée (sin caballos) contra sus propios aliados y anfitriones. Esto resultó tremendamente vergonzante para el parlamento inglés que no sabía cómo imponer la disciplina entre una tropa casi de carácter mercenario que había luchado ya en territorio francés y quería aprovechar cualquier oportunidad para un retiro dorado.

Por fin en el verano de 1382 Don Fernando se decidió a atacar a Castilla y las tropas inglesas vieron por fin cerca su ansiada colección de batallas, rescates de nobles, saqueos y botines. De hecho, los caminos de ambos ejércitos acabaron por encontrarse en lo que prometía ser una gran batalla en Alentejo, en donde las tropas portuguesas con sus aliados ingleses se enfrentarían contra las tropas castellanas y sus aliados franceses. Sin embargo, momentos antes de la batalla, Juan I de Castilla envió una misión diplomática para proponer a Don Fernando no luchar aquel día y en su lugar firmar la paz ante la incredulidad de los ingleses. En efecto, pocos días después se firmaba el Tratado de Elvas, por el que Castilla devolvería a Portugal algunos castillos y plazas fuertes así como un número de prisioneros importantes y a cambio pedía que Doña Beatriz se casara con el Príncipe Fernando, segundo hijo de Juan I de Castilla, y no con Eduardo de Langley.

Esto fue un duro con golpe para los ingleses que se quedaron sin botín y sin acuerdo matrimonial mientras veían como portugueses y castellanos llegaban a un acuerdo de paz. Este Tratado se pidió modificar en noviembre de ese año a petición de Leonor Teles de Portugal, esposa del rey Don Fernando de Portugal, para que su hija Doña Beatriz se casara con el Rey de Castilla (fuese quien fuese) y no con el segundo hijo del actual. Esto lo hizo cuando Juan I de Castilla acababa de enviudar y el esposo de Doña Leonor, Don Fernando, tenía graves problemas de salud (pensaba Leonor que una vez muriera el rey de Portugal sin descendencia varón, su hija no debería estar casada con un heredero no inmediato de Castilla, mejor sería con el mismísimo rey). Esto conduciría al Tratado de Salvaterra de Magos, firmado en abril de 1383, que de todas formas indicaba que de ninguna manera se fusionarían ambos reinos por vía de ese enlace.

No hizo falta esperar al Tratado de Salvaterra de Magos con esas cláusulas específicas para que, ya con el Tratado de Elvas, los ingleses quedaran muy descontentos y se fueran con el rabo entre las piernas de vuelta a Inglaterra a finales de 1382. Tampoco gustó nada al pueblo portugués que veía un riesgo claro de que tarde o temprano Castilla reclamara por vía de Beatriz la corona de Portugal.


De izquierda a derecha, Don Fernando de Portugal, Doña Leonor Teles, João Mestre de Avís y Juan I de Castilla. Fuente: Wikimedia Commons

Por si esto no fuera suficiente para el pueblo portugués, al poco tiempo ese año se descubre que Doña Leonor, reina consorte de Don Fernando, tiene un amante, João Fernandes Andeiro, ¡y que está embarazada! (todos suponen que del amante). Se suceden las muestras de desafección con la corona, temiendo que un hijo ilegítimo herede la corona de Portugal y sea excusa para que Juan I de Castilla se decida de nuevo a reclamar el trono portugués.

El pueblo portugués y parte de la nobleza (la más reciente, menos vinculada a Castilla) buscan desesperadamente a alguien que les lidere fuera de este entuerto y se decantan por João Mestre de Avís, hijo bastardo de Pedro I y por tanto hermanastro de Don Fernando[2]. Leonor, temiéndose una revuelta encabezada por el tal João, ordena que tanto él como su compañera sean encarcelados acusados de alta traición.

Los afines a João, que gozaba de una creciente simpatía popular, suplican ayuda a Edmundo de Cambridge para que interceda y solicite la liberación de la pareja a Leonor (además, el cargo de alta traición para alguien tan destacado no podía perpetuarse sin coste político). Aquí podemos imaginarnos a Edmundo de Cambridge consultando a Westminster qué hacer y los ingleses ojipláticos negando violentamente con la cabeza y aconsejando dejar a los portugueses en paz y centrarse en Flandes. Al final, Edmundo ordenó a sus espías que ayudaran a escapar de la prisión a João y a su compañera y la cosa quedó en unas muy diplomáticas tablas.

Parece que hay un consenso entre los historiadores sobre cuán relevante fue esa liberación con ayuda de espías ingleses para que João y más adelante la corona portuguesa mantuvieran siempre una postura muy favorable y aliada con Inglaterra a lo largo de la historia.

A todo esto, Don Fernando decidió que había tenido bastante y dejó Evora, donde vivían Leonor y su amante, João, y el otro João, el Mestre de Avís. Se retiró para apartarse del embrollo y al final hizo lo único que podía hacer para empeorar la situación; se murió.

Efectivamente, la situación tan rocambolesca se encontró con la guinda del pastel, el fallecimiento de Don Fernando en 1383. Da comienzo entonces lo que se conoce como la Crisis del Interregno de Portugal que duraría aún tres años.

En 1383, con el rey muerto y la reina consorte Leonor en una situación delicada, João (de Avís) encuentra a João (el amante de Leonor) y lo mata en duelo singular el 6 de diciembre de 1383.


Lienzo que ilustra la muerte del João amante a manos del João pretendiente al trono. Fuente.

En 1384 Leonor Teles, que se encuentra huida presa del pánico, finalmente renuncia al trono presionada por João Mestre de Avís. Este momento lo aprovecha inmediatamente Juan I de Castilla, que casado con Beatriz, hija de Leonor, reclama para sí el trono de Portugal (además, lo reclama para sí, no para su esposa). Esto hace que Leonor Teles, en un giro inesperado, acabe apoyando a João, asesino de su amante, y causante de su abdicación forzosa en lugar de apoyar a su yerno, Juan I de Castilla casado con su hija, Beatriz, con quien ya no tenía una buena relación.

Don João consigue entonces suficiente apoyo del pueblo portugués y la baja nobleza para tomar el control de las grandes ciudades portuguesas y planear una guerra contra Castilla. En abril de 1385, Don João es finalmente coronado Rey de Portugal en la ciudad de Coimbra.

Los días previos a la batalla

Don João, ya rey, había viajado hasta Inglaterra para solicitar tropas pagadas. De nuevo podemos imaginarnos el recelo inglés ante esta nueva petición y los numerosas acaloradas discusiones que tuvieron lugar para decidir si volver a embarcarse en una misión semejante. Finalmente, el parlamento inglés, a regañadientes y resignado, decidió aprobar el envío de unos 400 arqueros ingleses y gascones además de otros 500 soldados.

Tampoco parece descabellado imaginarnos a esas tropas mercenarias sospechar que podrían volver con las manos vacías igual que sus compañeros dos años atrás pero aún así pusieron rumbo a Portugal y se reunieron con el resto de las tropas portuguesas.

A pocos días de la batalla, las tropas de Don João estaban estacionadas en Porto de Mós, mientras que las tropas comandadas por Juan I de Castilla descansaban en Leiria.


Juan I de Castilla planeada maniobrar para llegar desde Leiria hasta Lisboa en el menor tiempo posible pero las tropas de Don João lograron interceptarlo a tiempo

El plan de Juan I era llegar cuanto antes a Lisboa para sitiarla y provocar su rendición, algo que sabían que podían ejecutar sin excesivos problemas. Por el contrario, el plan Don João consistía en interceptar a toda costa esa misma ruta y forzar a un combate decisivo entre los dos ejércitos.


El punto de intercepción aparece en el mapa actual como "Batalha" seguramente municipio nombrado así por la batalla de Aljubarrota

La batalla de Aljubarrota

El 14 de agosto de 1385, ambos ejércitos finalmente se encontraron en lo que se acabaría llamando la batalla de Aljubarrota.

Los ejércitos

Ejército portugués con apoyo inglés: 6.600 hombres. 4000 soldados a pie, 1.700 lanceros, 800 ballesteros y entre 100 y 200 arqueros ingleses. Al mando estaba Don João, Rey de Portugal y su lugarteniente, Nuno Álvares Pereira.

Ejército castellano con apoyo francés, portugués y aragonés: 31.000 hombres. 15.000 soldados a pie, 6.000 lanceros, 8.000 ballesteros, más de 2.000 caballeros franceses (caballería pesada) y 15 morteros. Al mando estaba Juan I de Castilla y su lugarteniente Pedro Álvares Pereira.

A primera vista vemos tres cosas que nos llaman la atención de la composición de ambos ejércitos. La primera, y más obvia, es la desproporción en número de tropas entre portugueses y castellanos, prácticamente de 1 contra 5.

En segundo lugar, que entre el bando castellano también hay tropas portuguesas. ¡Claro que las había! En Portugal había facciones en contra de su nuevo rey João que tenían más lazos con sus vecinos castellanos ya fuera por intereses o parentesco noble.

En tercer lugar, que los dos lugartenientes, ambos portugueses, de sendos ejércitos comparten los dos apellidos. Sí, eran hermanos, y una perfecta muestra del carácter fraticida de la contienda para Portugal.

Pedro Álvares, dirigiendo las tropas de Juan I, buscaba resarcirse de algunas humillantes derrotas provocadas por su hermano, Nuno, en meses anteriores.

La ubicación

El ejército portugués había elegido esperar la llegada del ejército castellano en lo alto de una colina con una pendiente muy pronunciada que daba al camino por el que llegarían del norte las tropas de Juan I de Castilla. Esta posición era muy ventajosa porque además del gran desnivel estaba flanqueada por arroyos o surcos dejados por estos, lo que impedía un acceso cómodo por los lados.

Alrededor de las 10 de la mañana las tropas portuguesas y sus aliados ingleses estaban listos para la llegada del enemigo.

Alrededor del mediodía Juan I de Castilla llegó al mismo punto y viendo la posición tan ventajosa de los portugueses decidió rodear la colina y ubicarse en una segunda posición en la falda del lado de pendiente más suave, por donde de hecho habían accedido horas antes las tropas lusas.

Esto les supuso a las tropas castellanas varias horas de maniobras hasta que todas las tropas consiguieron establecerse en el otro lado de la colina. Mientras esto sucedía, el lugarteniente de Don João, Nuno Álvares, se apresuró a dar órdenes de rotar la formación (la vanguardia donde antes la retaguardia y viceversa) y dedicar tiempo a construir trincheras, hoyos, pequeños fosos y abrojos metálicos para dificultad la carga de la caballería francesa que ayudaran a subir la moral de las tropas bajo un sol de justicia.


Aquí se puede observar perfectamente cómo los portugueses accedieron a la cima de colina por la falda sur, más suave, antes de reorientarse y descender un trecho y las tropas al mando de Juan I tras su primera posición al norte, rodean por el oeste la colina para concluir sus posición antes del combate al inicio de la pendiente. Fuente: Rusell, Sir Peter.

El desastre

Era por la tarde aunque por la época del año aún lucía un sol espléndido, particularmente castigador para las más cansadas tropas de Juan I de Castilla, ya que el trayecto desde Leiria más el rodeo de la colina había exigido mucho más esfuerzo físico que las maniobras de las tropas de Don João, unos veinte kilómetros por las primeras frente a unos nueve por estas últimas.

Una vez que el campamento castellano estuvo preparado, Juan I envió una misión diplomática con la excusa de querer parlamentar un acuerdo de paz. Ésta no era su intención verdadera, ya que intuía inevitable el conflicto (y muy a su favor), pero quería obtener cierta información de las tropas y su disposición antes de iniciarse el combate. Hago aquí un paréntesis para que el lector se imagine a los ansiosos arqueros y soldados ingleses ver cómo una delegación castellana sube a parlamentar, temiéndose una reedición de lo que les aconteció a sus compañeros tres años atrás (o incluso algunos de ellos que habían vuelto a unirse a esta expedición). No obstante, la pantomima diplomática volvió al poco rato con una irrelevante negativa de Don João a firmar un acuerdo de paz y mucha información táctica valiosa.

El cronista castellano López de Ayala, que se encontraba acompañando al rey Juan I de Castilla, relata en sus Crónicas del Rey, escritas los años venideros cuando estuvo preso en Portugal tras la batalla, cómo fue la discusión en el pabellón real. Los emisarios volvieron con un análisis pormenorizado de la disposición y calidad de las tropas enemigas.


Página relevante de las crónicas de López de Ayala, una lectura deliciosa

Juan I no se encontraba bien de salud y el trayecto lo había dejado muy agotado y quería estar seguro de que había buenos motivos para lanzarse al combate en lugar de esperar a la mañana siguiente. Los emisarios relataron que vieron a las tropas portuguesas bien asentadas y descansadas y destacaron que en sus flancos se encontraban muchos peones y ballesteros (que incluirían a los arqueros), flancos a los que no podrían atacar con firmeza debido a los estrechos valles de los costados que impedirían tanto a los caballeros y escuderos poder ocasionarles importantes bajas. Es decir, el ejército castellano, con sus aliados portugueses, aragoneses y franceses corría el riesgo de ordenar un ataque sin flancos.

Los emisarios continuaron su análisis afirmando que ni siquiera todas las tropas del rey Juan I estaban en posición "é aun pieza de los Omes de pie Ballesteros é Lanceros no son llegados, ca vienen con las acémilas, é con carretas de la hueste" y continuaron diagnosticando el gran cansancio que acumulaban todas las tropas.

Finalizaron sugiriendo que el rey castellano no ordenase el ataque ese día. En primer lugar, había una gran ventaja táctica del terreno para los portugueses y un gran cansancio de las tropas castellanas. En segundo lugar, y muy importante, mientras que las tropas de Juan I llevaban suministros de comida para una campaña de varios días hasta Lisboa, las tropas de Don João no disponían apenas de víveres. Esperar al día siguiente, como sugerían los emisarios, provocaría o bien una desbandada portuguesa por el hambre y el miedo o bien un ataque obligados a salir de su posición ventajosa.

Así lo relata López de Ayala de forma bellísima en boca de los emisarios. "Faciendolo asi, vuestros enemigos de dos cosas farán la una: ó saldrán de aquella ordenanza é aventaja que tomaron para pelear fuera de donde agora están, é si esto facen, todos los vuestros, asi los que están en la avanguarda, como los que están en las dos alas, podran pelear, é aprovecharse unos de otros, é estonce Dios sea juez, é loamos la batalla; ó si los de Portugal reusan de salir de aquella ordenanza que tienen, non ha dubda que muestran en ello grand miedo: é la noche viene cerca, é mucho dellos partieran de alli; ca es razon de pensar, que los que durando el dia non quisieron pelear, non lo dexaron por otra aventaja, salvo por miedo. Demas, Señor, que sabemos cierto que ellos non traxeron viandas, salvo hoy; é vos estades en el campo, é tenedes muchas viandas para les mantener porfia. E asi, Señor, segund estas cosas, nuestro consejo es, que las vuestras gentes estén quedas, é que esperemos si los enemigos saldran de aquella aventaja que tomaron."

Al momento, los caballeros castellanos, aragoneses y sobre todo franceses se soliviantaron de forma tremenda ante la cobarde insolencia de los emisarios. Y ensalzando a Juan I como uno de los mayores reyes de la Cristiandad, hablaron del valor y del honor y de la segura victoria que ambos traerían al rey Juan I. Le recordaron no solo cuánto más valerosos eran todos ellos frente a los portugueses sino la gran ventaja numérica que disfrutaban. Estos nobles eran en realidad jóvenes e inexpertos, la peste había asolado Europa (y seguía cobrándose víctimas) y había provocada muchas herencias de títulos nobiliarios de padres fallecidos prematuramente a hijos aún por entender la realidad de las nuevas tácticas de la guerra, cada vez más alejada de la noble carga de la caballería como fórmula imbatible y heroica. No concebían que teniendo todo a su favor, más valor y honor y tropas más numerosas, el rey tuviera dudas.

El rey dudaba entre ordenar el ataque o permanecer en el sitio a esperar acontecimientos cuando apareció en escena un diplomático y caballero francés, Juan de Ria (Jean de Rye), chambelán del rey Carlos VI de Francia y que actuaba como embajador en la corte de Castilla en esos años. De edad avanzada para la época, setenta años, le habló con toda franqueza a Juan I de esta forma, según el relato de López de Ayala.


Manuscrito de las Crónicas de los Reyes de Castilla de López de Ayala, donde se encuentra su Crónica del Rey (Juan). Se puede leer en el margen izquierdo claramente "Aljubarrota"

"Señor: Yo só un Caballero del Rey de Francia vuestro hermano é amigo, é só en la edad que vos vedes, é he visto é estado en muchas batallas, así de Christianos, como de Moros estando allen mar: é por tanto he yo aprendido, que la cosa del mundo porque ome mayor aventaja puede tomar de su enemigo es ponerse en buena ordenanza, asi en guerra, como en batalla. E, Señor, en dos batallas que los Reyes de Francia mis señores, el Rey Don Phelipe, é el Rey Don Juan, ovieron con el Rey Eduarte de Inglaterra, é con el Príncipe de Gales su fijo, perdieron las batallas los Reyes de Francia, é fué todo por non tener buena ordenanza en su batalla. E por ende, Señor, vos pido por merced, que vos quedades el dia de hoy mandar á los vuestros que se tengan en buena ordenanza en conoscer su aventaja"

Juan de Ria está hablando nada más y nada menos que de Crécy y Poitiers, dos de las batallas más famosas de la Guerra de los Cien Años. No sabemos si el francés Juan de Ria estuvo presente en ambas (por edad era posible) pero desde luego era muy conocedor de este tipo de situaciones y seguramente sospechaba que el lugarteniente de los portugueses, Nuno Álvares Pereira, no solo emplearía a los arqueros ingleses como bien conocían los franceses sino que pondría en práctica tácticas similares tras su periodo de formación militar en Inglaterra. Por último, Juan de Ria suplicó al rey Juan I que hiciera caso de sus emisarios y desoyera los consejos de sus caballeros y nobles.

Y ¿qué piensa el lector que ocurrió? Pues sucedió que Juan I decidió seguir el buen consejo de sus emisarios y del embajador francés y ordenó no atacar ese día a las tropas portuguesas.

Esa fue la orden clara del rey pero eso no fue lo que sucedió, ya que los caballeros franceses y otros castellanos y aragoneses completamente fuera de sí y llamando tal acción un acto de cobardía decidieron iniciar una carga de caballería de todos modos y, ante el estupor general en el asentamiento castellano, las trompetas empezaron a sonar, las banderas a ondear y el rey, temiendo un desastre si no actuaba de inmediato, acabó por finalmente apoyar la carga de la caballería y entrar en batalla a pesar de su expreso deseo de no hacerlo.

Hay que poner en contexto esta actitud tan insubordinada como "caballeresca". En primer lugar, ya hemos mencionado la inexperiencia de estos caballeros, que probablemente veían aquí su primera batalla importante. En segundo lugar, creían tener la victoria asegurada por la superioridad numérica. En tercer lugar, y muy importante, en su orden de prioridades respecto al honor cosechado en el campo de batalla, un sitio de Lisboa comparado con resolver la campaña de un plumazo guerreando a galope no tenía color. Y no solo de honor vivían los caballeros, también de los jugosos rescates que esperaban obtener apresando a nobles portugueses. En su mente, no tenían nada que perder y sí muchísimo que ganar.


Fases de la batalla de Aljubarrota. Fuente: Wikipedia

Hubo fundamentalmente dos fases de la batalla una vez que se inició la carga de la caballería de las tropas de Juan I de Castilla.

Primera fase

En esta primera fase, algunos caballeros castellanos trataron de rodear y atacar por la retaguardia a la formación portuguesa que puso todo su empeño en resistir y contener al ataque. Muy poco después, los morteros castellanos dispararon su munición (de piedra) sobre la vanguardia portuguesa causando mucha alarma pero apenas bajas. Con estas dos acciones en marcha fue imposible contener el ataque de todo el ejército castellano y Juan I trató de gestionar la situación como mejor pudo.

La caballería pesada francesa cargó decidida colina arriba contra la vanguardia portuguesa pero la dificultad del terreno junto con las contramedidas preparadas por los portugueses horas antes hicieron que tuviese muy poco efecto y los caballos no pudieran maniobrar con comodidad por lo que la mayoría de los caballeros tuvieron que desmontar y luchar a pie. Contra quienes luchaban no era solamente soldados de a pie ya que la vanguardia portuguesa incluía nobles portugueses desmontados, al estilo inglés. De las dos alas, la izquierda, que más tarde en la batalla pasaría a cubrir el flanco izquierdo, se llamó "el ala de los enamorados" y estaba fundamentalmente compuesta por jóvenes nobles no casados con altas aspiraciones cabellerescas. Esta ala alcanzó mucha fama tras la batalla, mucha más que el ala derecha, "de la madreselva", que no tuvo un papel tan destacado en contener a las tropas castellanas por su flanco.


Esta obra, de 1479/80, pertenece a Jean d'Wavrin y su Chronique d'Angleterre. No representa la batalla de Aljubarrota sino una batalla genérica entre las tropas de Fernando I de Portugal (ya fallecido en 1385) y Juan I de Castilla. Sí nos sirve como una magnífica muestra de la alianza de Portugal con arqueros ingleses y la respectiva con Castilla de caballería francesa.

Por supuesto, durante la carga colina arriba y luego desmontados, los caballeros franceses estuvieron sometidos a una lluvia de flechas y virotes de los flancos portugueses en donde naturalmente se encontraban los arqueros ingleses y sus imponentes longbows.

A esta infructuosa carga, ya trabada en combate cuerpo a cuerpo, le siguió una segunda acometida del ejército castellano por medio de soldados de a pie que tuvieron que cubrir la misma distancia bajo varias sucesivas voleas de flechas y virotes de los todavía muy activos flancos de arqueros y ballesteros enemigos. Eran tantos soldados los que trataban de avanzar por el relativamente angosto pasaje que las líneas se desorganizaron rápidamente y para cuando alcanzaron las posiciones enemigas la confusión y las bajas eran notables. Allí se encontraron a sus aliados, los caballeros franceses, forzados a luchar a pie y obligados a partir en dos sus sus grandes lanzas de cuatro metros para hacerlas más efectivas en la melé.

Segunda fase

Las tropas castellanas seguían avanzando por la colina y João I necesitaba que su retaguardia entrara en combate rápidamente para seguir manteniendo la esperanza de poder contener la marea castellana. El problema que se encontró es que las tropas de la retaguardia empezaban a custodiar un número altísimo de prisioneros castellanos (caballeros franceses incluidos) que iban rindiéndose en el fragor de la batalla. Tantos que muy pronto superarían en número a los propios soldados custodios y el riesgo de una revuelta en la retagurdia sería muy real.

Decidió dar la orden de acabar con sus vidas inmediatamente. Este hecho, que nos recuerda a lo que sucedería tres décadas más tarde en la batalla de Agincourt en 1415 ordenado en este caso por Enrique V de Inglaterra contra los prisioneros franceses, seguro que causó una gran conmoción en ambos bandos. En el bando castellano, por la incredulidad de no ser respetado como prisionero y en el bando portugués por el adiós a jugosos rescates tras la batalla. Sin embargo, posiblemente esta decisión fue lo que permitió que la retagurdia, ya sin otra misión que avanzar para encontrarse con el cuerpo principal de la batalla, tuviera un papel táctico decisivo[3].

Efectivamente, la entrada de la retagurdia permitió que la vanguardia se dividiera, se desplazara hacia los lados y diera reemplazo a los flancos de arqueros y ballesteros que hasta ese momento habían sembrado el campo de batalla de varios miles de flechas y virotes. El ala de los "enamorados" pasó a ocupar el flanco izquierdo y el de "la madreselva" el flanco derecho. Los dos antiguos flancos de arqueros y ballesteros se ubicaron detrás de los nuevos flancos y, protegidos por éstos y con la ventaja de estar más elevados, pudieron seguir lanzando sus flechas y virotes (probablemente más fácil las flechas que los virotes desde esta posición para evitar "fuego" amigo).


Fragmentos de los azulejos del Parque Eduardo VII (Lisboa) inaugurado en 1949 en honor a la vista de 1902 del rey inglés. Muestra el "ala dos namorados" en una imposible pero muy romántica carga a caballo, ya que sabemos que lucharon desmontados en sintonía con las nuevas tácticas militares. Fuente: Wikimedia Commons.

En resumen, mientras las tropas al mando de Juan I subían la colina con dificultad y no disponían de espacio para atacar por los flancos, las tropas de Don João tenían el grueso de sus tropas ahora en vanguardia, dos flancos de soldados de a pie y, retrasados, otros dos flancos de arqueros y ballesteros que lanzaban flechas y virotes con total impunidad. En el caos de la contienda muchas tropas portuguesas podrían haber considerado que, aunque estaban plantando cara al ejército castellano, al final acabarían siendo derrotados por número y seguramente esto sucedió en varias ocasiones con conatos de huida por la pendiente más empinada que daba a su espalda. Sin embargo, como se lamenta López de Ayala en sus crónicas, la caballería castellana que hostigaba el tren de suministros y la retaguardia impedía cualquier intento de huida y obligaba a las tropas portuguesas a vaciarse en la lucha que tenían delante de si.

"[...] ovo otro daño, que los peones de Portugal fuyeran, salvo por los de caballo de Castilla que estaban á sus espaldas de aquella parte, é non podian salir: é asi forzadamente se avian á defender é pelear. E esto es contra buena ordenanza que los antiguos mandaron guardar en las batallas, que nunca ome debe poner á su enemigo en las espaldas ninguna pelea, por le dar lograr para foir."

Así continuó la batalla, que tan solo una hora después de haber empezado, empezaba a ser una masacre para las tropas de Juan I de Castilla. La caída del estandarte del rey tuvo un efecto demoledor en la moral de la tropa castellana que dio por muerto a su rey (que dependiendo del relato se encontraba a lomos de un caballo de guerra cerca de la lucha o colina abajo viendo el combate). La desorganización del ejército castellano fue ya total y no ayudó mucho el rumor de que el rey no había caído sino que en realidad huía del campo de batalla. Así fue, cuando resultó obvio que la batalla estaba perdida, al rey Juan I lo montaron en un corcel rápido y, junto con su guardia personal, cabalgó hasta bien entrada la noche para ponerse a salvo en el castillo de Santarém.

Para entonces, las tropas castellanas y sus aliados se daban la vuelta y corrían colina abajo dejando caer las armas y todo lo que les supusiera un estorbo. Esta circunstancia la aprovecharon los portugueses tanto con sus tropas de a pie como con los arqueros y ballesteros que lanzaron nuevas voleas hacia las espaldas del enemigo que huía. Esta huida precipitada y desorganizada no hizo sino acumular cientos de bajas más del lado castellano.

Análisis perimortem de restos encontrados en el lugar de la batalla

Me permito hacer un breve paréntesis para compartir algunas conclusiones de un importante estudio arqueológico llevado a cabo en la zona de la batalla.

En 1958, cerca de la localidad de Batalha, se descubrió un yacimiento arqueológico asociado a la batalla de Aljubarrota. Estaba compuesto por un enterramiento masivo y numerosas trincheras de formas irregulares y naturaleza defensiva. Aunque en ese momento se hicieron algunos estudios, no fue hasta hace pocos años, cuando nuevas técnicas de identificación han logrado despejar numerosas incógnitas.

En el estudio más relevante se identificaron un total de 2762 fragmentos óseos que pudieron ser vinculados con al menos 414 individuos con edades en el momento de la muerte (perimortem) entre los 20 y los 60 años. Todos ellos eran hombres. La datación con la técnica del carbono 14 apuntó a la fecha de 1350 con un margen de error de 50 años, lo que podemos asociar casi indudablemente a la famosa batalla, ya que no se tienen registros de otros sucesos violentos que pudieran haber dejado tras de sí tal yacimiento en esa época.

Yo me centraré en los aspectos del estudio que pueden resultar más interesantes para un lector de aljaba.net, en concreto la tipología de daños encontrada, su distribución y lo que ello nos puede inducir a pensar.


Fotografías de restos de fémures encontrados en el lugar de la batalla. Fuente: estudio perimortem

En primer lugar tenemos 52 ejemplos de traumatismo perimortem. 12 se corresponden con fuertes tajos en el cráneo y 26 en huesos largos. 4 se corresponden con heridas punzantes en huesos del cráneo y 10 en el resto del esqueleto (postcraneal).

En segundo lugar tenemos 58 ejemplos de fracturas perimortem concordantes con golpes de mazas y martillos de guerra (por su lado romo). Prácticamente todas se encontraron en fémures y tibias y son mayores las fracturas encontradas en el lado izquierdo del esqueleto que en el derecho. Se descarta que estas fracturas fueran accidentales por su estructura (no se muestran igual fracturas por una caída que fracturas por un golpe de una maza), al contrario muestran daño intencionado.

Volviendo a los ejemplos de traumatismo por herida punzante se observa que los 14 fragmentos (cráneo y resto de esqueleto) no muestran una lateralidad dominante, lo que nos permite suponer que fueron flechas lanzadas por ambos flancos como relatan las crónicas.

Por el contrario, el resto de traumatismos de origen cortante vuelven a manifestar la lateralidad izquierda dominante, como las fracturas, lo cual unido a las evidencias óseas del "síndrome del jinete" y restos óseos de origen equino sugieren que muchos de ellos seguramente eran caballeros y luchaban contra soldados diestros. Si las heridas en las piernas se produjeron a caballo o las del cráneo luchando desmontados es especulativo pero muy plausible.

Tras la batalla de Aljubarrota

Volvamos ahora a los instantes después del fin de la batalla. Se estima que pudieron morir entre 4.000 y 5.000 soldados, lanceros y caballeros durante ésta (el propio Don João habla en una carta de 2.500 soldados muertos y los historiadores no creen que exagerara a juzgar por el número de personalidades muertas). Otros 5.000 soldados de Juan I murieron en las horas o días posteriores a manos del pueblo portugués que seguía muy de cerca el transcurso de la batalla y estaba preparado para recibir a los huidos sin ninguna piedad, ya que los consideraban invasores o traidores.

Las bajas portuguesas fueron también cuantiosas pero los historiadores hablan en todo caso siempre de menos de mil, un resultado excepcional que cimentó más aún el prestigio de Don João como nuevo rey de Portugal.

Como curiosidad, una leyenda de cierto arraigo en la zona habla de una panadera de Aljubarrota, que tenía seis dedos en cada mano, que encontró escondidos a 8 soldados castellanos en su horno y acabó con todos ellos.


La panadera portuguesa y sus víctimas. Fuente: Wikimedia Commons

A los pocos días, Don João ofreció una amnistía a los supervivientes del ejército castellano mientras que Castilla decretó luto oficial hasta las navidades de 1387, tan fuerte resultó el golpe para el reino.

Se sucedieron más batallas en los años siguientes pero el resultado de Aljubarrota nunco pudo ser contrarrestado y, finalmente, en 1411, con el Tratado de Ayllón (Segovia), Castilla reconocía oficialmente al reino de Portugal.

En marzo de 2002 nació la Fundação Batalha de Aljubarrota que gestiona un centro de interpretación de la famosa batalla.

Y ya más recientemente, y para mi sorpresa, el Papa Benedicto XVI canonizó a nada más y nada menos que al lugarteniente de Don João, Nuno Álvares Pereira, que con la muerte de su hermano Pedro en el lado castellano ese día se aseguró de que la tentación de venganza quedara enterrada para siempre.


San Nuno Álvares Pereira, sin comentarios, pero esa mirada no engaña a nadie. Fuente: Wikimedia Commons.

Consecuencias

Casi como un calco de las razones que exponía al comienzo sobre la importancia de esta batalla, es justo concluir que el resultado de la batalla de Aljubarrota:

  • Efectivamente, aseguró la independencia de Portugal como estado frente a las pretensiones de Castilla.
  • Jugó un papel fundamental en la relación anglo-portuguesa que, con el Tratado de Windsor firmado tan solo un año después, permitió a Inglaterra asegurar cierta contención de la flota castellana por la portuguesa mientras durara el conflicto con el reino de Francia.
  • Contribuyó a seguir confirmado las hipótesis sobre las nuevas tácticas militares que dejaban atrás las cargas de caballería pesada y empleaban con inteligencia el terreno como factor fundamental, soldados y caballeros a pie y arqueros en los flancos.

Con una visión histórica más allá del siglo XIV, no podemos olvidar qué sucedía un siglo más tarde en las cortes de los reinos ibéricos de Portugal, Castilla y Aragón. Portugal se encontraba con dificultades para beneficiarse del mercado del mar mediterráneo y buscó otra ruta para llegar a las indias orientales que dio lugar al descubrimiento del cabo de Buena Esperanza por Bartolomé Díaz en 1488, algo que tuvo sin duda influencia en Isabel de Castilla para financiar la expedición de Cristobal Colón que aseguraba que existía una ruta a esas mismas indias orientales pero más corta por el oeste.

Cabe preguntarse si esa tensión comercial entre esos reinos hubiera sido muy diferente de haber podido Castilla, por vía de Juan I, anexionarse Portugal un siglo antes, y qué efectos hubiera tenido en esas expediciones futuras. Muchos "y si" de la historia son ejercios futiles y poco valiosos pero reconozco que éste en particular asociado al resultado de la batalla de Aljubarrota merece su reflexión.

Comentarios finales

Se podría decir sin faltar al rigo histórico que la batalla de Aljubarrota de 1385 fue una suerte de Batalla de Crécy exportada a territorio ibérico, con ingleses y franceses luchando al lado de portugueses y castellanos y reproduciendo ahí esquemas tácticos similares en una extensión clara de las ramificaciones de la Guerra de los Cien Años.

Quizá resulta llamativo que en este caso tuviéramos a Juan de Ria, embajadador francés, que parecía representar la voz de la experiencia, voz que fue escuchada por Juan I de Castilla, pero no por la caballería francesa y el resto de la caballería castellana.

La batalla de Aljubarrota es, por derecho propio, una de las batallas más importantes de la baja Edad Media. Absurdamente vinculada a veces con los conflictos internos relacionados con la "Reconquista", fue claramente una batalla que bien podría incluirse en las más señaladas de la Guerra de los Cien Años por mucho que tuviera lugar en territorio portugués.

Los veteranos arqueros ingleses (y gascones) y la caballería francesa, incluso si no fueron la parte más representativa de sus respectivos ejércitos, interpretaron a la perfección una muy particular y conocida coreografía y tuvieron un papel significativo en el resultado de la batalla.


Foto tomada en la sala de microfilms y revistas de la Biblioteca Nacional de España mientras revisaba el libro de Sir Peter Rusell. Fuente: el autor.

Lo que comenzó como una batalla curiosa en donde se habían visto arcos longbow ingleses en territorio ibérico fue creciendo poco a poco a medida que me zambullía en las diferentes fuentes y registros hasta emerger como una batalla digna de ser conocida y compartida. Espero que os haya resultado tan enriquecedor como a mí y ya nunca olvidéis lo que sucedió en 1385 cerca de Aljubarrota.

Principales referencias empleadas


  1. Es curioso como cuando una derrota (humillante o no, pero importante) sucede en el tiempo del supuesto génesis de un estado moderno, duele más y se evita mencionar más que otras propias del siglo XIX, en donde sirven para configurar la personalidad de los pueblos (como el desastre del 98). El siglo XIX, con sus torpes y maniqueos primeros pasos en la búsqueda de la historia de los pueblos europeos nos ha dejado una versión manipuladora y sesgada hacia atrás y manos llenas de sangre en el siglo XX. ↩︎

  2. Nótese cómo un hijo bastardo del rey no supone el mismo problema que un hijo ilegítimo de la reina. ↩︎

  3. En sus crónicas, Jean Froissart, asegura que la decisión de no tomar prisioneros ya estaba tomada por el rey portugués y compartida con sus tropas mucho antes de que comenzara la batalla pero otras crónicas, como las de López de Ayala, no informan de este importante dato por lo que o bien fue una decisión no compartida con el ejército de Juan I antes del combate (algo contrario al código) o fue una decisión tomada y ejecutada durante el combate. La crítica habla de Jean Froissart como alguien con valores muy caballerescos y podría haber decidido manipular este dato para mantener la victoria portuguesa (de la que era afín por vía inglesa) inmaculada. ↩︎