El día en el que aprendimos lo que en una vida, nuestro reciente viaje a Francia
El sábado 20 de octubre de 2018 nos volvimos mejores arqueros Angela y yo. No aprendimos nuevas técnicas ni ganamos ningún torneo pero subimos un nivel en nuestra comprensión y conocimiento de la historia y la práctica del tiro con arco.
La Society for the Promotion of Traditional Archery en Reino Unido, SPTA, lleva muchos años reuniendo a entusiastas del tiro con arco tradicional. Una de las fórmulas de mayor éxito son las tiradas, naturalmente, en donde tenemos la oportunidad de coincidir con otros miembros del resto de países.
Uno de estos miembros es Raph Rambur, un francés entregado a la causa del tiro con arco tradicional y en particular la modalidad Beursault, propia de Francia y partes de Bélgica. Finalmente el fin de semana del 20-21 de octubre pudimos hacer la realidad la promesa de visitarlo y que nos hiciese de anfitrión para un tour arquero de primera categoría.
Sábado 20 de octubre de 2018
Este día iba a ser una combinación de dos visitas. Una, al club de tiro con arco tradicional Beursault Saint-Pierre de Montmartre de París por la mañana y, otra, al museo de tiro con arco de Crépy-en-Valois, a una hora en coche de París.
Saint-Pierre de Montmartre
Este club de tiro con arco (o Compañía de Arqueros en terminología francesa) tiene evidencia de su existencia desde el año 1811 aunque el inicio de la actividad de lo que luego sería esta compañía se remonta hasta 1748 cuando Jean Vignol fundó la Compañía del Noble Juego del Arco que resurgiría más de medio siglo después como Saint-Pierre de Montmartre. Originalmente ubicada en Montmartre, cuando estas colinas experimentaron desarrollo urbanístico, esta compañía tuvo que mudarse en 1891 a lo que entonces eran las afueras de París, la ciudad de Clichy, hoy parte del 17º arrondissement de París, donde se ha mantenido desde entonces.
La historia del club es fascinante y daría para un artículo completo (o varios) pero baste señalar que en 1925, con una amenaza de expropiación de los terrenos, los socios (entonces y ahora llamados chevaliers) optaron por donar, cada cual según sus posibilidades, una suma para conseguir la compra de éstos. Así, desde esa fecha, que se celebra con profundo agradecimiento por todos los miembros actuales del club, el club Saint-Pierre de Montmartre disfruta de un terreno, mitad casa-museo, mitad sala de tiro, en medio de una urbe que sigue transformándose a gran velocidad a su alrededor.
Acudimos Raph, Angela y yo sobre las nueve y media y nos recibieron el Capitán (Presidente), Jean Louis Dudonney, y el Primer Teniente (Vicepresidente), Jean Michel Savary, también conservador de la colección.
Raph nos presentó a todos y pronto estuvimos en las buenas manos de Jean Louis y Jean Michel con la inestimable colaboración de Raph para recorrer parte de las estancias del club. Estas estancias la podría dividir en cuatro grandes partes (al menos las que nosotros pudimos ver).
Por una parte, la galería de tiro de 50 metros de ida y vuelta característica del tiro Beursault. Después una galería techada con posters, carteles conmemorativos, trofeos y recuerdos con un fantástico horror vacui. A continuación una pequeña pero coqueta cocina. Finalmente, yendo por el pasillo que discurre paralelo a la galería de tiro, una casa-taller-museo en donde puedes transportarte al pasado del tiro con arco en Francia.
Comenzamos la visita por la galería techada no sin mirar de reojo a la galería de tiro de 50 metros que habíamos dejado atrás una vez que cruzamos la puerta de entrada. En esta galería repleta (los franceses dirían truffé) de souvernirs históricos, Jean Louis y Jean Michel con el concurso de Raph nos ilustraron sobre la historia de la compañía de arqueros, el tiro Beursault y las normas y tradiciones del club.
San Sebastián, patrón francés de los arqueros, ocupaba un lugar muy relevante en forma de diana recurrente para la tradicional tirada homómina de cada año, un evento de importancia singular.
Las paredes, repletas de premios, fotografías, escudos y banderas, hacían de pasillo para una pequeña sala de tiro a 15 metros dejando claro que en Saint-Pierre de Montmartre no se desaprovecha ni un centímetro cuadrado.
Fue ya aquí cuando Angela y yo empezamos a sentir claramente lo abrumador de todo lo que nos rodeaba. Los lectores de aljaba.net sabéis que me gusta ser exhaustivo con lo que voy relatando en mi experiencia arquera pero aquí me tengo que rendir de antemano. Amantes como somos de la historia y de las buenas historias, Angela y yo nos mirábamos incrédulos ante la avalancha de eventos, anécdotas y tradiciones que emanaban en cada pequeño ítem de la galería. Un trofeo de diez en una viga transversal escondía una relación especial con un club medio siglo anterior, una fotografía enmarcada mostraba la primera página del registro de la Compañía del Noble Juego del Arco y una pintura de San Sebastián agujereada múltiples veces la historia del autor de la obra, obligado a pintarla tras ganar la tirada del año anterior.
Avanzábamos un metro cada 10 minutos y aún deberíamos haber ido más lentos pero no teníamos todo el tiempo del mundo, aunque en ese momento hubiéramos querido comprarlo con nuestros ahorros. Jean Louis y Jean Michel relataban con entusiasmo apenas fragmentos de una historia que conocían de memoria y ante la incapacidad de asimilar toda la información, al menos podíamos dejarnos llevar por el sentimiento de fraternidad por una misma pasión.
Esta primera parte de la visita concluyó con un fantástico café hecho en el momento por nuestros anfitriones que aunque no produjo ningún efecto excitante comparable al que ya teníamos en el cuerpo sí que sirvió para tomar un descanso y charlar de otros temas.
Uno en especial que nos llamó la atención fue el hecho de que en esta compañía de arqueros se afanaran por dejar constancia por escrito en papel de todo lo relevante en el club. Por supuesto, mantenían desde el año 2000 registros digitales y correos electrónicos pero consideraban mucho más fiable transcribir todo en preciosos volúmenes con una caligrafía exquisita, obra del propio Jean Louis, maestro en caligrafía. Decían sentir cierta preocupación por lo efímero de lo digital. Uno puede pensar que resulta contraintuitivo considerar que lo digital es tan volátil cuando lo comparas con el papel pero ellos decían tener la prueba de ello.
Creo que la reflexión aquí es la siguiente. Lo digital tiene el potencial de ser mucho más perdurable simplemente por la facilidad de copiarlo pero ese potencial rara vez se ejecuta, dejando que los archivos o correos electrónicos acaben dispersos y perdidos en un mar de información. Por el contrario, un registro escrito ocupa un espacio claro y requiere poca disciplina para saber dónde se encuentra pero tiene el potencial de ser destruido en un accidente como un incendio. En la compañía de Saint-Pierre de Montmartre habían apostado por el papel por representar la combinación de perdurabilidad y potencial/riesgo más adecuados. Por supuesto, se aseguran de escanear con regularidad los propios libros de registros que tienen y así garantizar que existe una copia de respaldo digital ante imprevistos o para consultas, pero el documento oficial es el de papel. En todo caso, su temor, decían, era que los que vinieran detrás de ellos en el club dejaran de mantener los libros de registros y la sólida historia acumulada de siglos pasara a ser una caótica mezcla de documentos digitales sin orden ni concierto que acabaran por perderse en algún ordenador en un vertedero y no pudieran ser hallados por los historiadores del futuro.
En ese momento esta conversación podría haber parecido hasta frívola para algún curioso pero en realidad nos sirvió para prepararnos para lo que iba a suceder a continuación y que todavía, solo de recordarlo, me pone la piel de gallina.
Una vez terminado el café, Jean Louis y Jean Michel junto con Raph nos llevaron de vuelta por el pasillo de la galería Beursault pero a mitad de recorrido giraron a la izquierda y nos metimos por una especie de taller de reparaciones, subimos unas escaleras y aparecimos en una sala con una ventana que daba a la galería de tiro exterior.
No sabría cómo describir esta sala sin parecer exagerado. En poco más de 20m2 esta habitación contenía material para varias colecciones de museos. No en vano en la compañía de Saint-Pierre de Montmartre existe el cargo de conservador de la colección, sin duda uno de los de mayor responsabilidad.
Inmediatamente pudimos sentir que las formas, colores y diseños de todo lo allí expuesto ya fuera colgado en la pared, contenidos en vitrinas, en el techo, sobre una gran mesa o en diferentes armarios, tenía un aroma antiguo, pero lejos de estar muerto vibraba con historias personales de arqueros y arqueras de otros tiempos. Creo que esto fue lo más asombroso de nuestra visita esa mañana a Saint-Pierre de Montmartre, que todas las épocas pasadas y presentes del tiro con arco parecían estar vivas al mismo tiempo, en ese instante con nosotros. No cabe duda de que un gran aliado de esta inmersión era el propio lugar, un poco como si fuese la casa de la bisabuela en donde se han ido acumulando las vidas de varias generaciones y lo más reciente es apenas superficial.
Esta sala contenía banderolas, arcos, trofeos, periódicos y revistas antiquísimos, escudos, álbumes de fotos de principios del siglo pasado, registros antiguos de la propia federación de tiro francesa, volúmenes con la historia de ésta y otras compañías de tiro con arco francesas gracias a decenas de cartas manuscritas (o a máquina) cuidadosamente conservadas...
Y también artefactos de todo tipo en relación con las tradiciones arqueras francesas, placas conmemorativas, dibujos, utensilios, dos alabardas para desfiles, bandas de colores, diplomas, un estandarte porta-medallas, estatuillas, banderines... y así hasta cientos de objetos de lo más variopinto.
Como decía antes, no tiene sentido ponerme a detallar cada uno de los items que nos mostraron y describieron en detalle porque estaríais leyendo un artículo de dos horas de longitud porque dos horas fue el tiempo que estuvimos entre esas cuatro paredes. Dos horas. Las fotos que tomamos indican que entramos en esa habitación a las 11.15h y salimos alrededor de las 13h. Incluso cuando Angela acompañó a Raph a poner más dinero en el parquímetro, la sesión continuó conmigo desvelando una de las banderas más antiguas e importantes de la compañía de arqueros así como algunos de los premios más importantes que puede recibir un arquero, directamente del Presidente de la República.
Sin embargo, aún así me permito hacer una selección de tres objetos que nos cautivaron especialmente independientemente de su importancia relativa para la colección de Saint-Pierre de Montmartre.
Arcos longbow (algunos desmontables) estilo Beursault de diferentes materiales
No nos enseñaron todos en detalle pero bastaron tres o cuatro ejemplos para hacernos una idea clara de este tipo de diseño. Por un lado, los más antiguos, del siglo XIX y principios del siglo XX, fabricados de una, dos y hasta tres láminas de madera.
Por otro, innovaciones aprovechando el aluminio en todo el cuerpo del arco, incluso con cuerdas metálicas.
La mayoría disponía de un reposaflechas metálico en forma de argolla que sobresalía por el lado correspondiente o simplemente una empuñadura mucho más gruesa que las propias palas del arco.
Era hasta entrañable ver el empeño de los fabricantes por dar con arcos cómodos, eficientes, modernos y precisos, exactamente igual que hoy en día. Podemos verlos ahora como objetos extraños, híbridos entre lo antiguo y la modernidad del siglo XX, pero no merecen nuestra condescendencia. Entonces, como ahora, mucha gente estudiaba y trabajaba con el mismo ahinco para dar con "el diseño definitivo" de un arco moderno.
Álbum de fotos y correspondencia de Cecil Howard
Angela y yo no conocíamos al artista (sobre todo pintor y escultor) Cecil Howard, un americano nacido en 1888 que pasó buena parte de sus años en Francia, sobre todo antes de la Segunda Guerra Mundial (después, su involucración con la Cruz Roja durante la ocupación alemana le puso en aprietos), y fue miembro del club Saint Pierre de Montmartre junto con su mujer, Céline Coupet. Resulta que uno de sus nietos, tras encontrar mucho material fotográfico y algunas cartas, vio que había un tema recurrente en su estancia en París, el tiro con arco (no en vano practicó esta afición durante veinte años). Se puso en contacto con la compañía de arqueros y fruto de la generosidad de esta persona, apareció un material exquisito que nos dejó boquiabertos mientras iban pasando las páginas de uno de los archivadores.
Sin duda, aficionado a la fotografía, el propio Howard retrató la afición al tiro con arco con una calidad formidable. Desafortunadamente, no tenemos permiso explícito para compartir fotos de familia en este blog aunque es posible que en futuro lo pidamos porque de verdad lo merecen. En todo caso, este hallazgo es una ventana directa al pasado. A la gente, los atuendos, los estilos de tiro y a cómo se tomaban la afición.
Colección de revistas y periódicos de finales de XIX y principios de XX
La nostalgia de periódicos antiguos es difícil de vencer. En este caso además el contenido era apasionante y el número de éstos que se apilaban con cuidado en numerosos archivadores tan abrumador como bienvenido. Con gran delicadeza, Jean Louis iba pasando hoja por hoja en alguno de las ¿decenas? ¿cientos? de ejemplares conservados y podíamos ver reflejados las mismas necesidades de dar a conocer puntualmente los torneos, su precio, los premios, características, etc. También, extraordinariamente importante, cómo llegar hasta el lugar donde se celebrara la competición. No era raro ver indicaciones resumidas pero eficaces sobre estaciones de trenes y sus horarios, por ejemplo.
Además de la información práctica había artículos resumiendo estos mismos eventos, dando cuenta de las puntuaciones, records y nombres propios. También numerosos anuncios de productos de toda índole, desde material arquero hasta tónicos o licores que empleaban alguna muy tangencial relación con el tiro con arco a través, a veces, de juegos de palabras más o menos resultones.
Una mención muy especial
Independientemente de esta selección que hemos hecho, había un material que sobresalía también por la relación con el propio club; los libros de registros, actas y demás relatos sobre el día a día de Saint-Pierre de Montmartre pero también de otras compañías de arqueros. Volúmenes manuscritos con fina caligrafía que daban cuenta de acuerdos, sucesos importantes, incorporaciones de nuevos miembros, fallecimientos, fundaciones o cualquier hecho reseñable. Muy habitualmente grandes parrafadas aparecían seguidas por un generoso grupo de firmas, algunas denotando una educación privilegiada y otras sintomáticas de cierto analfabetismo.
Fue imposible no entretenerse un poco aquí y satisfacer una curiosidad a la que todo le parecía bien mientras no cesase el flujo de páginas y volúmenes.
En todo caso, y resumiendo mucho, la visita a esta maravillosa sala tocó a su fin pero no quisimos despedirnos de ella sin ofrecer, como muestra de agradecimiento, el escudo de nuestro club privado, Ithilien, en forma de parche y de pin. El primero fue a parar al archivador de la colección de parches y escudos de clubes extranjeros mientras que el pin pasó a ocupar un lugar de honor en un árbol-portapines dentro de una vitrina convertida en la cueva de Alibabá.
Por un lado parecía un absurdo, un club de año y medio de antigüedad siendo recibido por un club de más de dos siglos. Por otro, era el guion perfecto precisamente en esa sala museo.
La mañana no había terminado aún, ni mucho menos. Tuvieron una última deferencia con nosotros (incluido Raph) permitiéndonos tirar en la galería Beursault unas cuantas rondas. Para ello, volvimos a la galería techada, montamos los arcos (aprendimos más tradiciones y normas durante el proceso) y nos fuimos a la línea de tiro.
El tiro Beursault se realiza en una galería (al aire libre) con dianas en los extremos a 50 metros. Se tira una sola flecha, se recorre el pasillo lateral hasta la diana (llamado pasillo de los caballeros), se anota el resultado y se tira la siguiente flecha en sentido opuesto. Así, un número de veces. Además, la disposición de la galería es tal que siempre existirá uno de los dos sentidos con el sol de frente, dificultando la visibilidad, algo que parece originario de una costumbre francesa en el entrenamiento de arqueros. Finalmente, pudimos observar que hay dos tamaños de dianas, una de 48cm y otra mucho más pequeña (para retos más modernos, entendimos). Nos colocaron una de las pequeñas encima de una de las grandes y procedimos a tirar.
La verdad es que sin calentar ni nada imponía un poco pero la idea era probar este formato de tiro lejano sintiendo que estabas, de alguna forma, dentro de un edificio. Angela, con su Slick Stick de viaje y flechas de carbono, tiró su primera flecha altísima, aún con la programación mental de su arco prehistórico con el que fue Campeona de España Bowhunter hace un mes. Inmediatamente después empezó a disfrutar de una altura magnífica aunque las agrupaciones se iba un poco a la izquierda.
Por mi parte me pasó al revés, mis flechas caían muy rápido con mi longbow inglés de carruaje (un familiar lejano de esos arcos Beursault desmontables) pero me costaba muchísimo aumentar el ángulo porque me daba la sensación de que iba a dar a alguna ventana. Terminamos la primera ronda (nos dejaron tirar tres flechas en lugar de la reglamentaria una) y fuimos por el pasillo lateral a recoger las flechas y a repetir el proceso.
Angela ya no falló en altura pero la lateralidad dejó a sus flechas agrupadas a la izquierda. Yo con mi primera flecha volví a dejarla baja así que la segunda la tiré claramente más arriba. Tanto que igual que la primera de Angela, se clavó (en mi caso, rebotó) en una viga de madera a cierta altura. A cambio, con la tercera flecha conseguí impactar en la diana (grande).
Raph también se sumó, por supuesto, tirando con nosotros (solo una flecha, como marca la tradición) y compartiendo pequeñas curiosidades sobre esta práctica junto con nuestros dos anfitriones.
Como es natural, la imaginación se nos llenó de imágenes del pasado pero también del presente cercano, ya que el lugar sigue tan vivo ahora como hace 50 años, lo que le dota de muchísimo más que solo una gran "memorabilia". Repetimos este proceso una vez más antes de concluir e ir a guardar de nuevo todo nuestro equipo.
Llegó el momento de despedirnos, ya prácticamente siendo las 2 de la tarde y habiendo abusado de nuestros anfitriones más allá de todo lo razonable. Agradecimos de nuevo el tiempo y la generosidad desplegados y deshicimos el camino hasta la puerta que daba a las escaleras y a la calle sabiendo que volveremos en alguna otra ocasión en el futuro.
Museo de Crépy-en-Valois
Si por la mañana habíamos estado en un museo viviente, por la tarde Raph condujo una hora en coche para llevarnos a un museo en el sentido estricto de la palabra. El Musée de lárcherie et du Valois, todo un alhijo arquero presentado ante el público tras la catalogación de parte de una colección privada donada. Raph había colaborado con el museo varias veces en el pasado y se notaba que estaba como en su casa, lo que nos permitió poder ignorar hasta cierto punto la hora de cierre del museo y recorrerlo a placer.
Un atractivo adicional era el propio edificio del museo, un castillo construido originalmente en el siglo XII y muy bien conservado a lo largo de la historia, hasta su remodelación más reciente en 1949. Así, los gruesos muros de piedra y las diferentes galerías y estancias nos ayudaron bastante a creer que nos adentrábamos en otra época.
Este hechizo se rompió en parte nada más entrar, ya que la primera sala mostraba arcos relativamente modernos, la mayoría del siglo XX, con algunas reproducciones de arcos del mesolítico o neolítico a modo de "historia del arco". Fue fácil sobreponerse a este "golpe" de modernidad porque los diseños expuestos resultaban ser auténticos clásicos o ingeniosos intentos de revolucionar el tiro con arco.
Sin embargo, pronto nos encontramos en una sala maravillosa que recorría la historia del tiro con arco de culturas de todo el mundo. África, las américas, oriente próximo, India y China, Corea, Japón, sudeste asiático, Oceanía... Resultó casi apabullante la cantidad de arcos y flechas de cada región y más abrumador aún las diferencias tan notables que se podían apreciar a simple vista entre ellos.
No era la primera vez que comprobábamos que un arco de tribus amerindias junto con sus flechas poco tenían que ver con sus equivalentes coreanos. Hemos leído y nos hemos informado de estos temas ya en el pasado, sabiendo que cada pueblo ha desarrollado el tiro con arco empleando los materiales a su alcance y las necesidades particulares. El omnipresente longbow inglés en el imaginario colectivo era aquí casi el hermano pobre y no digamos las flechas, que compartían protagonismo con los arcos por méritos propios.
Raph fue de nuevo un guía espléndido, contándonos las características de los arcos y las flechas y apuntando en cierto momento a alguna posible incorrección del propio museo. Atendíamos en silencio, atreviéndonos a preguntar algo solo cuando habíamos digerido correctamente toda la nueva información que se nos había presentado.
Pudimos ver arcos de más de dos metros (amerindios) junto con otros casi de recreo (arcos Yumi japoneses de juguete). Los característicos coreanos junto a preciosos arcos vietnamitas o indios. Pero las flechas... había flechas más largas (y más bonitas) que muchos arcos, significando la importancia de éstas en algunas culturas en donde el arco era un mero instrumento temporal para proyectar a la verdadera protagonista, a la flecha.
Cuando hubimos recorrido cada uno de estos artefactos de la sala, Raph nos condujo a otras salas subiendo unas escaleras de caracol. En retrospectiva, no sabría decir cuál era el criterio para agrupar unos arcos y flechas en un lugar u otro pero intuyo que el resto de salas se centraban en el desarrollo "occidental" de los siglos XIX y XX.
En otra gran sala, las paredes estaban repletas de arcos largos, ya fueran victorianos o flatbows, de madera o de aluminio (y también de fibra de vidrio a los que prestamos menos atención). Fue en esa otra sala donde Raph me señaló a los arcos longbow desmontables franceses y flamencos de estilo Beursault y anteriores y una funda de cuero para transpotarlos. Fue un encuentro muy especial y sentí varias veces la tentación de tocar todo lo que allí estaba pero en lugar de eso me acercaba mucho para apreciar con la mirada cualquier pista sobre el diseño o las maderas, muchas de ellas irreconocibles por el paso del tiempo.
Tomé un buen número de fotos desde varios ángulos que tendré que conservar a buen recaudo para poder acudir a ellas en el futuro. Sin apenas descanso y con el cerebro empezando a entonar un cierto quejido de agotamiento, Raph nos llevó a la última sala de todas, una estancia gigantesca, recientemente dividida en dos partes debido a una exposición sobre los alcaldes del pueblo en las dos guerras mundiales. Esta estancia rendía homenaje al tradicional Tir a l'Oiseau o "Tiro al pájaro", en donde se coloca un poste de 18 metros con un pajarito en el extremo superior al que deben tirar (y romper con sus flechas) los arqueros participantes.
Las vitrinas mostraban dianas, diplomas, medallas y demás objetos valiosos en torno a esta tradición francesa con mucho arraigo en los pueblos. Dado que los eventos especiales de este Tir a l'Oiseau suponían toda una festividad en los pueblos, con desfiles y fanfarrias e importantes premios, se podían disfrutar ornacinas y arcas llevando casi siempre una imagen de San Sebastián junto con fotografías de éstas siendo portadas por las diferentes compañías.
Esta última parte tuvo un toque más entrañable, un poco más como de la romería de los abuelos, cercano y a la vez ajeno. Recargado pero al mismo tiempo en torno a una actividad muy concreta y sencilla. Los dibujos, herramientras, trofeos y demás tenían un diseño muy reconocible, como de los años cuarenta y cincuenta.
Nuestros cuerpos y nuestras mentes estaban a punto de gritar basta cuando la visita y el día tocó a su fin. Habíamos comenzando pronto por la mañana acudiendo a Saint-Pierre de Montmartre y empapándonos de trascendencia arquera y luego por la tarde nos habíamos sumergido en la historia universal del tiro con arco con una visión multicultural y museística para acabar con una celebración de tradiciones arqueras muy arraigadas en Francia.
Éramos plenamente conscientes de que nunca seríamos capaces de recordar todo lo que experimentamos y vimos pero en lugar de abandonarnos a la frustración, optamos por dejarnos llevar por una extraña sensación de plenitud y saciedad intelectual y emocional. Este artículo es solo un pálido reflejo de ese día, narrando quizá un décimo de todo lo que vivimos y aprendimos, pero es importante ponerlo por escrito y compartirlo con todo el mundo. No sé si habré conseguido transmitir la profundidad de ese día pero Angela y yo sabemos que solo existe otro sábado igual de importante en nuestras vidas arqueras, aquél hace unos años en donde tuvimos nuestro curso de iniciación. ¡Gracias Raph!